Comer es uno de los mayores placeres de la vida. El motivo principal de comer es la
supervivencia. Pero… ¿en verdad comemos
sólo cuando tenemos hambre?, ¿de verdad disfrutamos de nuestra comida, la
saboreamos, la amamos? La respuesta
parece simple. Sin embargo, creo que en
nuestra época, más que nunca, el ser humano come de manera muy inconsciente, y
no disfruta de verdad la comida. Ni qué
decir sobre las cantidades: comemos el doble, el triple, ó mucho más de lo que
realmente necesitamos para subsistir.
Una de mis películas favoritas es Ratatouille. Y una escena en particular se me quedó muy
grabada: cuando el crítico y experto gourmet Anton Ego se presenta con Linguini
y éste le dice que es muy delgado en comparación con lo que le gusta la
comida, Ego contesta: “no me gusta la
comida, la Adoro… y no me la trago,
sino La adoro”. Tal vez no nos guste reconocerlo, pero son
muy pocos los que tienen esta actitud hacia la comida, de lo contrario el sobrepeso,
la celulitis y las enfermedades derivadas del comer en exceso y mal serían un
caso raro. En mi humilde opinión, en vez
de buscar la dieta perfecta, ó la píldora que solucione nuestros problemas de
sobrepeso, ó querer ejercitarnos 2, 3, 4
horas diarias los 365 días del año por el resto de nuestras vidas para no
engordar, deberíamos cambiar nuestra actitud y conectar con nuestra comida.
Creemos que disfrutamos de la comida, pero no es así:
1-
Todos
llevamos prisa casi siempre. Cuando
comemos con prisa apenas masticamos la comida, y no nos damos cuenta ni a lo
que sabe. ¿Cuántos podrían decir que con
probar un bocado pueden detectar exactamente qué ingredientes tiene cualquier
cosa que estén comiendo? (suponiendo que no sea una comida simple de uno, dos ó
tres ingredientes). Ni qué decir si
vamos comiendo en el coche ó en cualquier medio de transporte, comemos parados
ó incluso mientras vamos caminando. ¿En verdad estamos atentos a lo que estamos
comiendo?
2-
No nos gusta comer solos, y si lo hacemos,
entonces necesitamos tener enfrente la televisión, un libro, el teléfono, la
computadora, el periódico, la caja del cereal… cualquier cosa con la que
distraernos y no prestar atención de verdad a la comida. Cuando estamos
acompañados estamos inmersos en la plática, y no prestamos tanta atención a lo
que estamos comiendo.
3-
Pocas veces cocinamos y comemos alimentos de
verdad (el echar el cereal a la leche no
es cocinar, ni prepararse un sándwich, ni meter al micro la comida congelada),
por lo tanto, en la mayoría de nuestras comidas ni siquiera sabemos los ingredientes
exactos de lo que estamos comiendo. Y si leen con detenimiento los ingredientes
de ese pan integral “sanísimo” con el que se hacen el sándwich y los de la
pechuga de pavo maravillosamente “sana” con que lo rellenan, se podrá dar uno
cuenta de que estamos ingiriendo cualquier cantidad de químicos e ingredientes
desconocidos.
4-
Damos por hecho que siempre tendremos comida de
manera fácil y rápida, y muy poca gente agradece antes de comer y se detiene un
poco a pensar en todo el proceso por el que pasaron los insumos para llegar a
nuestra mesa (desde la siembra, el cuidado de la cosecha, los transportistas
que trabajaron para llevar el insumo cerca de nosotros, etc).
5-
Tenemos el paladar adormecido por el consumo en exceso
de sal y azúcar refinada que contienen todos los alimentos industrializados,
por lo que si al comer no sentimos un golpe fuerte de dulce ó de salado, la
comida no nos sabe… perdimos la capacidad de percibir el sabor característico y
natural de cada alimento. Muy poca
atención ponemos a la textura del mismo.
Si comemos con la misma atención y actitud con que los
expertos catan el vino, ó el café, ponemos en marcha los procesos naturales del
cuerpo de saber exactamente qué alimento y en qué cantidad necesitamos. Observen a un niño pequeño comer (sin estarlo
apurando). Come con verdadero placer,
mantiene el alimento muchísimo tiempo en la boca, y puede tardar media hora en
terminar una galleta. Yo creo que ¡Esa
es la manera de comer en que la naturaleza programó al hombre!
Todos aquellos que comemos compulsivamente sabemos que una
de las características principales de los atracones es comer demasiado de
prisa, sin importar la calidad del alimento, y mientras menos tengamos que detenernos
a prepararlo, mejor. Si comemos
despacio, masticando cada bocado hasta que éste sea completamente líquido en nuestra
boca, nos detenemos a analizar el sabor, la textura, el movimiento de la lengua
acariciando el alimento, es prácticamente imposible comer de más. Alguna vez
conocí a un entrenador de judo japonés, que me contó que los luchadores de sumo
deben comer siempre con algo enfrente para distraerse, para que no pongan
atención a la comida mientras comen, y así puedan comer mucho más…¡Eso es lo
que hacemos todos todo el tiempo!
Yo creo que el éxito que ha tenido el estilo de vida de la
macrobiótica para curar tantas enfermedades y bajar de peso a tanta gente se
debe a que una de las principales normas es que cada bocado se debe de masticar
alrededor de 50 veces… ó 100 si se quieren los resultados espectaculares más rápido
(eso lo dice George Oshawa en su libro “El zen macrobiótico”).
Somos parte del reino animal. Es sorprendente cómo todos los animales en
estado salvaje saben perfectamente qué y cuánto comer de manera instintiva, y
no creo que el hombre sea la excepción.
Lo que pasa es que vivimos desconectados de nuestra esencia, de nuestro
cuerpo, de nuestros instintos. Cuando
dejemos de escuchar a nuestra mente (en relación con la comida) y aprendamos a
escuchar a nuestro cuerpo, a prestar total atención cuando estamos comiendo, y
disfrutar al máximo cada bocado, entonces seremos capaces de saber instintivamente
qué y cuánto hemos de comer.
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