Ahora que soy mamá puedo decir
que los hijos son nuestros mejores maestros. ¡Vaya que el mío está haciendo muy
bien su trabajo! Conforme Gian ha ido
creciendo he podido darme cuenta de varias cuestiones:
Yo creo que nacemos
perfectos. Siento que cuando recién
llegamos al mundo, traemos un estado “puro” de la mente (no tenemos prejuicios,
miedos, ideas preconcebidas), y ese estado mental nos permite vivir en el
llamado “paraíso” ó “reino de los cielos”.
Y basta con ver a los niños para comprobar que esto es cierto: todo
aquello que hace feliz a un niño son cosas sumamente simples, como ver las
hormigas pasar, brincar en los charcos, jugar con la arena, un abrazo, un beso,
una canción… Incluso los hace felices hacer cosas que a nosotros adultos nos
desagradan: lavar los platos, hacer mandados, barrer. Con esto no quiero decir que los niños son
felices siempre, ya que también se enojan (y ¡de qué manera!) y se entristecen,
pero la dualidad es parte de la vida: día y noche, frío y calor, invierno y
verano… Así como no puede ser de día todo el tiempo, creo que por naturaleza
tampoco tenemos que estar alegres todo el tiempo, la cuestión es el balance
entre cada una de nuestras emociones.
Los niños realmente viven su alegría, su tristeza y su furia con total
intensidad.
Conforme vamos creciendo, vamos
llenando nuestra mente de etiquetas, de prejuicios, que muchas veces no nos
dejan ver la vida como lo que realmente es, y nosotros mismos vamos creando
nuestro propio “infierno”. Por poner un
ejemplo: hace poco enseñé a Gian a lavar un plato, ¡y estaba muy feliz!, le
pareció tan divertido mojarse las manos, jugar con la espuma del jabón, y
quitar la mugre del plato para que quedara limpiecito. Creo que es el caso de todos los niños,
seguramente a mí en algún momento de mi infancia me parecía igual de divertido…
Eso me hizo preguntarme: ¿en qué momento se pierde la magia? ¿por qué después lavar platos lo consideramos una actividad
desagradable, que preferimos evitar? ¿en
verdad es desagradable? ¿o es que decidimos que es desagradable porque vimos
que alguien estaba enojado y refunfuñando porque tenía que lavar los platos?
(los niños todo copian, ¡TODO!) Ayer
mientras lavaba los platos en la noche, y estaba lamentándome de mi triste vida
en la que tengo que lavar platos todos los días y todas las noches, me acordé
de Gian, y me dije: “a ver Larissa, ¿qué es lo desagradable de lavar platos?
¿qué tanto realmente te puede cansar? Exactamente, qué es lo que te molesta de
lavar los platos?” Y me dí cuenta de que
sólo son las historias que me cuenta mi mente las que me hacen desdichada, que
en mi poder está ser feliz ó estar enojada mientras lavo los platos… de hecho
puedo estar tan divertida como Gian. Lo
único que tengo que cambiar son mis pensamientos y mi actitud hacia esa actividad.
Y creo que lo mismo es con cada
aspecto de nuestra vida. No es fácil,
pues tenemos que aprender a vivir en
el momento presente, y eso es de las cosas más difíciles que he
intentado hacer (otra cosa que los niños hacen a la perfección). Pero conforme lo vamos logrando, podemos ir
perfeccionándonos y evolucionando, logrando la total sanación del Ser.