martes, 16 de enero de 2018

Motivos por los que elijo en esta etapa una alimentación crudivegana

Desde que recuerdo, toda mi vida he estado pensando en actuar de manera correcta, y con miedo a actuar de manera incorrecta.  Pero ahora, cuando me pongo a pensar: ¿por qué lo considerado correcto es correcto y lo incorrecto, incorrecto? Se genera caos en mi mente. Buscando las respuestas en el exterior, me encuentro con muchas, todas ellas contradictorias, lo que genera aun más caos y confusión.  Y de pronto, buscando en mi interior,  una respuesta llega a mí desde un lugar desconocido: correcto es aquello que te ayuda a ser más feliz, a sentirte pleno y dichoso, no con una alegría pasajera y, por lo tanto, falsa; sino con una felicidad y una paz que llena todo tu ser.  Correcto es todo aquello que hago para contagiar mi felicidad a los demás, todo aquello que los ayuda a que lleguen a sentir aquella dicha y plenitud de estar vivos, a encontrarse con la Divinidad. Correcto es todo aquello que hago por proteger a toda la creación; es el grano de arena que aporto para cuidar del medio ambiente en el que vivo.

Esta respuesta de lo que es correcto e incorrecto de ahora en adelante va a ser mi guía para decidir qué hago.  En lo concerniente a la alimentación (que es uno de los aspectos que en mi vida ha tenido mayores repercusiones en mi estado emocional) ahora me queda claro que la alimentación correcta es aquella que me permite tener más vitalidad.   Que me permite ir ligera y con energía por la vida. Que no me anestesia hasta el punto en que no puedo ser consciente ni de mis propios pensamientos ni de mis emociones.  Es aquella que tiene el menor impacto en el medio ambiente.

Lo anterior lo he logrado con la alimentación a base de frutas y verduras crudas.  Casi toda mi vida me he alimentado con alimentos cocinados, con la comida tradicional mexicana.  Es muy rica. Pero me he percatado de que, a menos que comas raciones exageradamente pequeñas, cosa que admito que  casi nunca soy capaz de lograr,  invariablemente me deja con una sensación de pesadez. Después descubrí que esta sensación es la que buscaba inconscientemente cuando tenía lo que yo confundía con “hambre”, pues me dejaba lo suficientemente anestesiada como para no ser consciente de mis pensamientos o mis emociones.  Nunca me di cuenta de ello hasta que cambié a una alimentación crudivegana.  Ya he intentado este tipo de alimentación varias veces en el pasado, e invariablemente caí otra vez en los viejos hábitos.  Yo lo achacaba a posibles deficiencias, a que al estarme reprimiendo generaba un estado de ansiedad tremendo, a que según ayurveda los alimentos crudos desestabilizan el vata dosha, lo que hacía que mi mente estuviera a mil por hora (pues me parecía que cuando me alimentaba así mi mente empezaba a pensar y pensar sin parar). Pero sin embargo era consciente de que mi cuerpo mejoraba considerablemente aun con unos pocos días de llevar esta alimentación, que la gran mayoría de la gente tacha de extrema.  Esto era una gran paradoja: por un lado mi cuerpo se curaba de muchas dolencias, pero por otro mi mente parecía desestabilizarse. 

Hoy  escribo esto porque llevo unos 5 días de alimentación 100% cruda, y, volví a experimentar todo lo que describo anteriormente: Varios dolores han ido desapareciendo, tengo muchísima más energía, la grasa del abdomen comenzó a disminuir, mi piel empieza a mejorar… Y de nuevo descubrí que utilizo la comida para escapar de mis pensamientos y mis sentimientos; y no es que cuando como de forma tradicional mi mente cesa o está más tranquila, o que “las penas con pan son buenas” y que soy más feliz comiendo así: no es cierto que la comida sea la principal y única causa de felicidad en el mundo, sino que para la sociedad es forma temporal de escapar del sufrimiento de la vida.  Por lo tanto en estos días decidí  hacer frente a todo ello.  Decidí tener el valor de sentir mi tristeza, mi frustración, mi enojo, de llorar hasta que se me terminaran las lágrimas (lo que no hacía desde hace mucho tiempo, pues siempre me aguantaba… y mejor comía un buen postre); tener la valentía para observar mis pensamientos sin juzgarlos, dejando que se presentaran así, en su cruda realidad.  Y vi cómo al poco rato todo desapareció, dejando lugar a una calma y una paz que tampoco había conocido.  Dejando paso a la certeza de que aquella Inteligencia que creó todas las cosas, Aquello que no sé cómo nombrar, Eso que creó el mar, los árboles, las flores, los planetas, las galaxias, las estrellas… esa Inteligencia también me creó a mí, esa Inteligencia  me dio consciencia con el único fin de percatarme de Ella, esa Inteligencia vive en mí y en cada uno de todos los seres de Su creación, está en todo y en todos, y es la que mueve a todo y a todos.  No hay nada que no contenga a Eso o que esté fuera de Eso (algo así ya lo había leído en el Kybalión, pero no es lo mismo leerlo que sentirlo). 


Por lo anterior, ahora sé que, en lo que respecta a la alimentación, hoy elijo comer para cuidar  mi salud y la del planeta, elijo no anestesiarme, elijo sentir, elijo estar alerta, elijo observar sin juzgar, elijo disfrutar de lo que tengo hoy, elijo ser consciente, elijo no preocuparme del futuro, pues siempre es Hoy.  Elijo despertar.

lunes, 18 de julio de 2016

La comida: mi Maestra

Como he comentado en posts anteriores, tengo un historial bastante largo de desórdenes alimenticios.  Antes pensaba que mi actitud para con la comida era debido a que yo tenía problemas de fuerza de voluntad, que no era lo suficientemente disciplinada, y que no era yo como un ser humano normal.
Leí cantidad de libros sobre nutrición.  En los 90s lo que importaba realmente era la cantidad de calorías que entran a tu cuerpo.  Muy matemático el asunto:  si comes 1000 kcal y consumes 2000, esas 1000 kcal tu cuerpo las toma de tu grasa corporal y así vas adelgazando.  También leí sobre la combinación de los alimentos y del índice glicémico.  Hice dietas muy bajas en calorías, dietas en las que en la mañana comía carbohidratos sin grasas y en la tarde y noche grasas sin carbohidratos. Bajaba y subía de peso, de tal forma que tenía ropa de 2 ó hasta tres tallas distintas: tenía mi guardarropa de flaca, y el de gorda.  Me hice adicta a la coca light y al café endulzado con Splenda (gustos dulces y sin calorías.... súper buen elección ¿no?), y bueno.... seguí estudiando y aprendí que la comida natural es la mejor, fuí crudivegana tipo 80/10/10 por aproximadamente 8 meses (aquí me puse más delgada de lo que hubiera podido soñar) y me certifiqué como health coach en el Institute for Integrative Nutrition de N. York, en donde estudié a muchísimos expertos en dietas, y terminé más confundida que al principio con tantas corrientes tan contradictorias.  Pero aprendí algo clave: mi problema con la comida tiene como raíz algo interno.

Con respecto a la alimentación me sentía como un ratoncito que corre en su rueda: esforzándome al máximo, pero sin llegar nunca a ningún lado:  seguía con mis antojos de comida chatarra.  Los panes y los postres en general son mi perdición.  Y cada vez sintiéndome más culpable porque no conseguía llevar a cabo la alimentación perfecta.  Atracones-dieta-atracones-semidieta-pensar que ya da igual-depresión-atracón-ayuno-etc....

En mi intento por solucionar todo este problema, aprendí que la comida me funciona como un escape, que si vuelco toda mi atención al tema de la alimentación, ya no tengo que mirar a mi interior. Que si me preocupo más de la mitad del día a pensar en comida ya no pienso en nada más.  Estoy tapando un vacío con comida.  Pero ese vacío no es de esos que se tapan con comida, por lo tanto, puedo seguir en este ciclo sin fin por siempre (subiendo-bajando de peso, Dietas-atracones), ó salirme de ahí, y mirar hacia adentro.  Todo esto  me ha dejado una de las lecciones más importantes en mi vida: yo, en algún momento del camino, me perdí a mí misma.  Y voy por la vida haciendo lo que se supone que debo hacer, intentando encajar en algún lado, un poco como autómata, evadiendo el dolor, la tristeza, la ira y todas esas emociones que no nos gustan.  Forzándome a estar bien, a seguir adelante sin hacer pausas.

Gracias a mi afán de solucionar mi relación con la comida empecé a leer libros y artículos de autores excepcionales, como Wayne Dyer, Anita Moorjani, Byron Katie, etc.  También fui a un par de sesiones de Constelaciones Familiares.  Todo ello me ha hecho despertar poco a poco, y darme cuenta que ese vacío sólo lo podré llenar cuando logre conectarme con lo Divino, con mi Ser superior, con la Fuente de toda la creación, que está en todos y cada uno de nosotros.  Para mí no ha sido fácil, pero ahora sé que sólo tengo que dejarme llevar, fluir con la corriente de la Vida, disfrutar del momento presente y agradecer todo el tiempo por las muchas bendiciones que poseo.  No tengo que ser perfecta, ni mejor que los demás (llevo toda mi vida buscando estas dos cosas, y sintiéndome cada vez más vacía); tengo que aceptarme con mis fortalezas y debilidades, aceptar a los demás de igual manera, ver a Dios en todo y en todos.  Aceptar la vida tal y como es, porque ella es así porque una Inteligencia mucho mayor que la mente humana así lo decidió. Sólo entonces podré considerarme libre, y mi manera de comer será como la de los animales en estado salvaje: totalmente intuitiva, y no tendré que dedicarle a la comida más atención que la que requiere.  No me imagino a uno de los grandes genios como Beethoven ó Einstein preocupados constantemente de si comían bien ó mal. Ellos eran uno con Dios, y eso es lo que realmente importa.

Agradezco a la comida, mi Maestra, por ayudarme a este despertar tan profundo, por indicarme el camino.

lunes, 27 de junio de 2016

La importancia de masticar

En esta apresurada vida muchas veces hacemos de lado cosas que tienen gran importancia por lo simples que son, sin darnos cuenta del gran impacto que éstas tienen en nuestra vida.  Una de ellas es el arte de masticar.
Si bien es cierto que somos lo que comemos, también lo es que somos lo que asimilamos.  Si comemos sanamente tenemos resuelta una parte de la ecuación, pero la otra parte, igualmente importante, es cuánto asimilamos de ese alimento.
La digestión es el proceso mediante el cual los alimentos se transforman en sustancias más sencillas que sean asimilables para nuestro organismo.
A nivel fisiológico: la correcta masticación es importante porque al mezclarse el alimento con la saliva empieza el trabajo digestivo: la saliva contiene algunas enzimas, principalmente la amilasa, que ayuda a desdoblar los almidones en moléculas más sencillas.  De la misma manera, pensemos que el estómago no tiene dientes, y que tragar pedazos grandes de comida puede provocar que éstos no alcancen a digerirse del todo, y pueden quedar atascados en nuestros intestinos; y, por ejemplo, ¿qué pasa si dejas la comida a la interperie en un ambiente cálido y húmedo? Seguramente empieza a oler mal, a descomponerse, a podrirse… ¡pues exactamente eso es lo que pasa en los intestinos cuando la comida no puede digerirse correctamente! Y esa descomposición es la causa de muchos malestares como los gases, la distención y la pesadez,  síntomas que desgraciadamente tomamos como algo normal. Por lo tanto, la correcta masticación en un requisito indispensable (aunque no el único) para una correcta digestión.
A nivel energético: todos los alimentos contienen prana (energía vital, chi para los chinos), y así como al respirar absorbemos prana del aire, cuando comemos absorbemos prana por la boca: mientras más tiempo retenemos el alimento en la boca, más prana absorbemos.  Yogui Ramacharaka, en su libro “Hata Yoga” nos dice que lo más importante para los yoguis a la hora de comer es el masticar los alimentos despacio, con conciencia.  Que se debe masticar el alimento hasta que sea totalmente líquido en la boca y vaya desapareciendo poco a poco.  Que mientras el alimento tenga sabor, tiene prana que podemos absorber, y esto sólo sucede en la boca. 
Así que te propongo el siguiente ejercicio (de preferencia realízalo en un momento en que te encuentres sólo, y en calma): Toma una porción pequeña de algún alimento que te guste, y mastícalo aproximadamente 100 veces (claro, pueden ser más ó menos, dependiendo del alimento: menos si es alguna fruta, ó más si es algún alimento con almidón ó carne).  Observa mientras lo masticas cómo cambia su consistencia, siente y disfruta al máximo su sabor,  observa si ya se deshizo por completo ó aún quedan trozos un poco enteros (piensa que debe quedar totalmente líquido).  Nota que poco a poco va desapareciendo de tu boca sin que tengas que tragarlo conscientemente.
Si logras comer así todo el tiempo, no vas a tener que preocuparte por comer en exceso, empezarás a intuir qué alimentos y en qué cantidades necesitas, y tu cuerpo se mantendrá en su peso natural.  Incluso puedes darte un gusto de vez en cuando con algún postre: Verás que si lo comes así no puedes comerte más que una porción muy pequeña. ¡Disfruta comiendo!

Namasté

domingo, 17 de enero de 2016

Mi experiencia con la dieta crudivegana


¡Hola!  J Hoy quiero contarles que hace como año y medio empecé con una dieta basada en frutas, verduras y algunas semillas.  Me sentía muy bien, muy ligera,  mejoraron mis padecimientos gástricos (yo diría que en un 80%), y bajé de peso como nunca antes en la vida.  Estuve comiendo así alrededor de 8 meses.  Lo que no me gustaba era que se me caía el pelo un poco más que de costumbre, y tenía el estómago perennemente inflamado, por lo que era como una cuerda con nudo: muy flaquita, pero panzona.  Esto me llevó a seguir estudiando más a fondo sobre el tema de  nutrición, por lo que decidí certificarme como coach de salud en el Institute for Integrative Nutrition de Nueva York.  Por lo tanto, empecé a leer a muchos autores de teorías dietéticas, todos muy distintos.  Lo más importante que aprendí aquí es el concepto de la alimentación primaria: es todo lo que nos alimenta a un nivel físico, emocional ó espiritual que no viene en un plato, como el ejercicio, el dormir bien, la calidad de nuestras relaciones, si tenemos un trabajo gratificante, nuestra actitud ante la vida, etc.  Durante el curso tuve catarsis de emociones guardadas y sofocadas por tanto tiempo, por lo que acudí a la comida como refugio y consuelo.  Claro que era muy consciente del daño que me hacía cada vez que me atascaba de pan, postres, tortillas… pero era incontrolable.  Las personas con alguna adicción, ya sea a la comida ó a otras cosas podrán entenderme.  Subí alrededor de 14 kg de peso, algunos problemas gástricos regresaron, sentía las piernas pesadas, y me dolían algunas articulaciones de los dedos de las manos por las mañanas; además me sentía cansada todo el tiempo, no lograba despertarme temprano para hacer mi práctica de yoga, y estaba de mal humor bastante seguido.  Yo sabía que todo esto era debido a mi forma de comer desordenada, pero no podía parar, siempre era el típico “ya mañana (ó el lunes) empiezo con X ó Y dieta”.  Incluso una temporada que estuve leyendo varios libros de Geneen Roth,  me decía a mi misma que no estaría a dieta nunca más, que no había por qué comer como si no fuera a haber un mañana y que sólo comería cuando tuviera hambre y sólo hasta que estuviera saciada… nunca lo lograba y terminaba comiendo hasta que no podía más y aunque no tuviera hambre.   Lidié con muchísimas emociones, y me sentía como una bola de nieve que va cayendo por una pendiente, haciéndose más grande y sin que hubiera manera de frenarla.  Empecé a meditar, a rezar, y a practicar la gratitud.  Hice una especie de reto a mí misma, de que cada vez que me quejara de algo, lo cambiaría por expresar gratitud por algo… y siempre tenemos algo por lo que estar agradecidos, sólo que preferimos enfocarnos en lo que queremos y no tenemos, ó en lo que tenemos y no queremos.  

Y un día me vino el pensamiento: “¿por qué si te sentías tan bien comiendo crudo, dejaste de hacerlo?”  y me vino una oleada de respuestas (ó pretextos, no sé): “pues era difícil socializar, era cansado cargar con mi comida a todos lados, se me caía el pelo, me daba mucho frío, según los chinos y los hindúes no debemos de comer crudo, según Marc Hymann y otros varios no debemos de comer frutas porque son dulces, me encanta la comida tradicional mexicana, etc, etc, etc”… y esa vocecita contestó: “sin embargo te sentías mil veces mejor que ahorita…”   ¡Y era toda la verdad!
Entonces decidí empezar otra vez una dieta crudivegana, en versión baja en grasas, a pesar de que me parecía una aberración en medio del pleno invierno;  algo dentro de mí empujó en esa dirección.  Apenas llevo poco más de una semana, y mi ansiedad por comer se ha ido por completo.  Puedo llevar a cabo perfecto la premisa de “come sólo cuando tengas hambre”  y la de “come hasta que te sientas satisfecho, no totalmente lleno”.  Tengo mucho más energía, me he levantado temprano sin problema a practicar yoga, y hasta mi esposo me dijo que me encuentra de mejor humor. Mis dolores matutinos en las articulaciones de los dedos desaparecieron, mis piernas ya no se sienten pesadas, y ya comencé a bajar de peso. También de gran importancia es mencionar que tuve mi primera menstruación después de casi tres años.  Y lo más importante y que me tiene muy contenta es que puedo meditar mejor y rezar se ha vuelto una experiencia maravillosa.  Además he mejorado mucho en mis intentos por vivir en el presente, en vez de estar continuamente preocupada por el futuro ó lamentándome por el pasado.  Expertos coinciden en que saber vivir en el presente es el elíxir definitivo contra el estrés, que a su vez es el causante de casi todas las enfermedades.
    
¿Y antes por qué no me había percatado de esto? ¡Esto hubiera sido una razón de peso suficiente para seguir comiendo así por todo el tiempo que hubiera sido necesario! Cuando empecé a cambiar mis hábitos alimenticios, sólo cambié eso, y mi meta era estar más delgada, más saludable… y ya.  Pero no hice nada por cambiar mi mente, mi conciencia (obvio no meditaba ni rezaba). Comía según las especificaciones de un libro, sin escuchar mi cuerpo, y comía mucho más de lo que verdaderamente necesitaba.  Cuando comemos más de lo estrictamente necesario, aunque sean alimentos naturales de la mejor calidad, sacamos a nuestro cuerpo de balance, y un cuerpo fuera de balance por períodos prolongados se convierte en un cuerpo enfermo.

¿Por qué cuando comía la comida “normal” que come todo el mundo, por más buena voluntad que tuviera yo no podía comer sólo cuando tenía hambre y dejar de comer a la primera señal de saciedad?  En varios libros de autores destacados como Néstor Palmetti nos explican que la comida cocinada, procesada, refinada, muy condimentada nos provoca una respuesta a nivel  neuronal muy similar a la que nos ocasionan las drogas.  Eso sí, habemos personas más sensibles que otras a estas respuestas, de la misma forma que hay quienes no tienen problema de tomar alcohol en cantidades moderadas ocasionalmente y hay quienes una vez que lo prueban ya no pueden parar y se vuelven alcohólicos.  Les prometo escribir después con más detalle un artículo completo acerca de esto.
Por lo pronto me despido, no sin antes darles las gracias por leerme.  Seguiré compartiendo mi experiencia en este camino a la sanación del ser.  Me encantaría que si tienen tiempo me dejen un comentario sobre lo que les pareció este pequeño artículo.  Si tienen dudas con gusto se las resuelvo.  Los dejo con dos frases célebres:

 “No mojes nunca tu pan ni en la sangre ni en las lágrimas de tus hermanos. Una dieta vegetariana nos proporciona energía pacífica y amorosa y no sólo a nuestro cuerpo sino sobre todo a nuestro espíritu. MIENTRAS LOS HOMBRES SIGAN MASACRANDO Y DEVORANDO A SUS HERMANOS LOS ANIMALES REINARÁ EN LA TIERRA LA GUERRA Y EL SUFRIMIENTO Y SE MATARÁN UNOS A OTROS, PUES AQUEL QUE SIEMBRA EL DOLOR Y LA MUERTE NO PODRÁ COSECHAR NI LA ALEGRÍA, NI LA PAZ NI EL AMOR”
Pitágoras.

“La alimentación de los hombres superiores está basada en frutas y raíces crudas”

Miguel de Cervantes

jueves, 3 de diciembre de 2015

Reconectar con nuestra Esencia

Definitivamente mientras más estudio cualquier fenómeno natural, desde el funcionamiento del cuerpo humano ó de cualquier ser vivo hasta la interacción de cada uno de ellos dentro de un ecosistema, ó los sistemas solares, las galaxias, las estrellas… el universo en general, más creo en la fuerza creadora que hay detrás de todo ese orden tan complejo, llámesele a esta fuerza como se le quiera llamar (Dios, Inteligencia Divina, Arquitecto del Universo, Creador, etc).  Y en mi camino de búsqueda personal, mi deseo de solucionar mis problemas existenciales me ha llevado a estudiar, observarme, preguntarme porqués, y por ahora he llegado a la conclusión de que todos esos problemas tienen su origen en que vivo en estado de desconexión con esa Fuerza, que vivo queriendo alimentar al ego, que es el que nos mantiene desconectados de Ella.
Creo que todos  los seres vivos (excepto la mayoría de los seres humanos) están intrínsecamente conectados con la Divinidad.  A los animales nadie les dice qué, cuánto y cómo comer, a dónde emigrar, cómo cazar, etc… todo lo hacen por instinto, ¡y es maravilloso con qué exactitud realizan lo que es necesario para su supervivencia!, instinto del cual nosotros como seres humanos nos alejamos cada vez más y más, y estamos pagando un precio muy alto.  Viviendo en ese estado de desconexión generamos un vacío, que queremos llenar con comida, drogas, alcohol, café, tabaco, sexo, dinero, fama, etc.  Y mientras más de todo esto tenemos, más queremos y nunca estamos conformes.  En mi caso, por ejemplo, este vacío lo he querido llenar principalmente con mi obsesión por la comida, ya sea en el modo de ser la más disciplinada de las disciplinadas y seguir estrictamente las reglas de “X” ó “Y” corriente dietética (baja en grasas, baja en carbohidratos, baja en calorías, vegana, crudivegana estricta, etc) y estar muy delgada  (nunca conforme), ó en el comer desordenadamente, dándome atracones de comida, sintiéndome culpable y mal físicamente por comer tanto, y con sobrepeso y la autoestima por los suelos.  Toda mi vida he pasado de uno a otro estado; tengo fotos en donde peso 70 kg, y otras en donde peso 48 kg.  Y sé que muchísima gente se encuentra en las mismas.  Y el más grande error que cometemos es insistir en sólo enfocarnos en arreglar nuestra situación con la comida y el peso, prestando atención a cada gramo que se sube ó se baja, planeando dietas por hacer, fantaseando con que cuando seamos delgados todo en nuestra vida se solucionará, y cuando llegamos a alcanzar nuestra meta del peso ideal éste se nos esfuma de las manos y volvemos a ganar el peso perdido en cuestión de unas pocas semanas, para volver a iniciar con el círculo vicioso.  ¿Por qué?  Porque nuestro verdadero problema se encuentra mucho más allá de todo esto, porque todo ese terrible ciclo de sufrimiento es un efecto, que tiene su causa en lo más profundo de nuestro Ser.
Necesitamos re-conectarnos.  Aprender a escuchar a cada una de nuestras células, observar nuestro cuerpo, conocerlo a fondo. Si en verdad estamos atentos a los mensajes que nos envía nuestro sabio cuerpo, y sólo comemos cuando tenemos hambre y paramos de comer cuando ya estamos satisfechos (no llenos hasta el tope), el sobrepeso se desaparecerá por sí mismo, y esto lo sé por experiencia propia.  Cuando hemos aprendido a observar el cuerpo a fondo, entonces también aprenderemos a observar nuestra mente. Tarea bastante compleja (paradógicamente también, pues podría pensarse que lo más sencillo del mundo es conocer nuestro propio cuerpo y nuestra mente).   Nuestro cuerpo y nuestra mente es lo que tenemos más próximo  y es el medio que nos va a ayudar a conectarnos con la Inteligencia Divina que reside en todos y cada uno de nosotros. Los que tenemos problemas de desórdenes alimenticios (ya sea comer compulsivo, anorexia, bulimia, ortorexia), es precisamente ese problema el que nos va a dar la llave para reconectar.  Para nosotros la comida es nuestro maestro, ya que hasta que no abordemos el problema desde su raíz, seguiremos peleando por conseguir el “peso ideal” inalcanzable, ó el estado de salud perfecta,  ó pensando que ya no tenemos remedio, que somos unos débiles de voluntad y que ni caso tiene el esforzarse por estar sanos y delgados.
Solamente abordando el problema desde nuestro vacío espiritual podremos solucionar de manera total nuestra relación con la comida, que va de la mano con otros aspectos de nuestra vida con los que estemos atorados y nos generen sufrimiento. 

Trabajemos para conectar con lo divino, para encontrar paz y felicidad en nuestras vidas, para llenar ese vacío que genera tanto sufrimiento.  Cada quien tiene su propio camino.  Observa, escucha, siente, ama y agradece para encontrar el tuyo.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Sobre sentirnos satisfechos

¿Qué es el estado de satisfacción?  Es un estado que creemos conocer, un estado que perseguimos todo el tiempo, y sin embargo, es un estado que cuando lo llegamos a alcanzar resulta demasiado efímero.  El ser humano es un ser constantemente insatisfecho, y eso no es del todo malo ya que eso es lo que en el plano material lleva a la humanidad a progresar: nunca estando satisfechos con lo que se tiene, vamos creando cada vez más cosas, por ejemplo: No estando satisfechos con caminar ó correr el hombre echó mano de los caballos u otros animales para poder llegar más lejos; al no estar satisfecho con eso inventó los vehículos con ruedas para ser tirados por los animales más rápidos, y después no satisfecho con eso, inventó los vehículos motorizados, y no satisfecho con eso inventó los vehículos voladores, y no satisfecho con eso inventó los cohetes para llegar todavía más lejos…  Y así, con todo.  El hombre es el único del reino animal que mientras más tiempo pasa más necesidades tiene.  Y como prueba basta un botón: nuestros abuelos vivían sin problemas sin teléfonos, computadoras, internet, y tanta tecnología de punta  que ahora es más que indispensable.  Los antiguos egipcios, griegos, mayas, aztecas, todos construyeron grandes obras de ingeniería sin la maquinaria que ahora resulta absolutamente indispensable para cualquier construcción, por sencilla que sea.
Entonces, por ese lado, parece que la constante insatisfacción del hombre es algo muy bueno en el plano material, pero… ¿qué pasa en el plano mental, energético, y espiritual?
Alguna vez leí (no recuerdo la fuente ni el autor) que cuando el hombre busca la satisfacción a base de riqueza material, es como si quisiera saciar su sed con agua de mar: mientras más tiene, más quiere y más necesita, y nunca va a saciar su sed, al contrario, mientras más toma más deshidratado queda.  Por lo que nunca puede sentirse satisfecho a base de riqueza material. Nuevamente para muestra basta un botón: Michael Jackson, Elvis Prestley, Y muchísimas personas que alcanzan el éxito, la fama y la riqueza que todos soñamos con conseguir algún día… y sin embargo murieron completamente insatisfechos. 
Y ¿no es estar satisfecho igual a estar feliz ó estar en paz?  ¿no es estar en paz y felices nuestra meta última?  Y si no lo es… ¿entonces para qué tanto esfuerzo por conseguir más y más? Tal vez estamos errando el camino para llegar a esta meta de felicidad y satisfacción plena.
Dice el segundo principio hermético (principio de reciprocidad): “como es arriba es abajo, como es abajo es arriba”.  Aplicando este principio al tema de satisfacción: este estado de insatisfacción a nivel material se ve reflejado en otros aspectos de nuestra vida, como el comer.  Los que tenemos el problema de comer de manera compulsiva precisamente comemos de esa forma porque nunca nos sentimos satisfechos (al menos en mi caso, aunque mi estómago se sienta “lleno” hay algo en mí que me pide más y más, y que quisiera poder comer todo el día si esto fuera  físicamente posible).  Hay personas que reflejan el estado de insatisfacción en su relación con las drogas, el alcohol, el sexo, el trabajo, etc.
Y creemos que seremos felices y estaremos por fin satisfechos cuando logremos aquello por lo que estamos trabajando: estar delgados, estar saludables, llegar a unos Juegos Olímpicos, terminar un maratón, tener una cantidad determinada de dinero en el banco, tener “X” número de propiedades, lograr el puesto anhelado, ó lo que sea.  Y muchas veces llegamos a esa meta, nuestra satisfacción dura unos minutos, horas, tal vez días… y luego se esfuma, otra vez la insatisfacción, otra vez el vacío.  No sé si les pase a ustedes, pero yo  con todo esto como un hámster que corre en su rueda a toda velocidad sin llegar jamás a ningún lado.
Ayer vi una película de Wayne Dyer: “El cambio”, en la que nos explica que todos los maestros espirituales coinciden en que el estado de plenitud y felicidad es algo que se encuentra dentro de nosotros.  Es el estado al que se llega cuando logramos conectar con nuestra esencia, con nuestra fuente, con Dios.  Cuando actuamos desde el corazón, desde este estado de conexión con la fuente, entonces todo lo que hagamos será pleno, estará alineado con nuestro dharma (la misión que la divinidad nos asignó para llevar a cabo en este mundo material), y entonces estaremos felices sólo con el “hacer”, cualquiera que sea nuestra misión, y estaremos desligados del fruto de nuestro esfuerzo, ya que simplemente  hacer lo que estamos destinados a hacer nos llena de satisfacción, y no necesitamos nada más.

Los que somos comedores compulsivos, o tenemos cualquier otra obsesión por la comida, tenemos en ella a nuestra maestra, es el indicador de cómo estamos a niveles más profundos del ser.  Si sentimos la necesidad de comer mucho más de lo que verdaderamente necesita nuestro cuerpo para funcionar correctamente, ó estamos pensando todo el día en comer correctamente, en contar calorías, en seguir estrictamente  un plan aunque nuestro cuerpo nos pida a gritos otra cosa,  todo ello es un reflejo de que vamos por la vida desconectados de nuestro cuerpo, de nuestra mente y, por supuesto, de nuestra alma; de que estamos buscando la satisfacción en lo material, de que vivimos bajo la influencia del ego.  La comida es la que nos indica que es el momento de conectar con nosotros mismos, de reencontrarnos, de buscar a Dios, a la energía universal ó como quieran llamarle.  En cuanto encontremos ese estado de plenitud, todo lo demás vendrá solo, y seremos capaces de escuchar a nuestro cuerpo, que tiene la capacidad de saber exactamente qué, cuánto y cuándo comer; sólo entonces viviremos en felices y en paz.

domingo, 18 de octubre de 2015

Conectando con nuestro alimento

Comer es uno de los mayores placeres de la vida.  El motivo principal de comer es la supervivencia.  Pero… ¿en verdad comemos sólo cuando tenemos hambre?, ¿de verdad disfrutamos de nuestra comida, la saboreamos, la amamos?   La respuesta parece simple.  Sin embargo, creo que en nuestra época, más que nunca, el ser humano come de manera muy inconsciente, y no disfruta de verdad la comida.  Ni qué decir sobre las cantidades: comemos el doble, el triple, ó mucho más de lo que realmente necesitamos para subsistir.

Una de mis películas favoritas es Ratatouille.  Y una escena en particular se me quedó muy grabada: cuando el crítico y experto gourmet Anton Ego se presenta con Linguini y éste le dice que es muy delgado en comparación con lo que le gusta la comida,  Ego contesta: “no me gusta la comida, la Adoro… y no me la trago, sino La adoro”.  Tal vez no nos guste reconocerlo, pero son muy pocos los que tienen esta actitud hacia la comida, de lo contrario el sobrepeso, la celulitis y las enfermedades derivadas del comer en exceso y mal serían un caso raro.  En mi humilde opinión, en vez de buscar la dieta perfecta, ó la píldora que solucione nuestros problemas de sobrepeso, ó  querer ejercitarnos 2, 3, 4 horas diarias los 365 días del año por el resto de nuestras vidas para no engordar, deberíamos cambiar nuestra actitud y conectar con nuestra comida.

Creemos que disfrutamos de la comida, pero no es así:
1-       Todos llevamos prisa casi siempre.  Cuando comemos con prisa apenas masticamos la comida, y no nos damos cuenta ni a lo que sabe.  ¿Cuántos podrían decir que con probar un bocado pueden detectar exactamente qué ingredientes tiene cualquier cosa que estén comiendo? (suponiendo que no sea una comida simple de uno, dos ó tres ingredientes).  Ni qué decir si vamos comiendo en el coche ó en cualquier medio de transporte, comemos parados ó incluso mientras vamos caminando. ¿En verdad estamos atentos a lo que estamos comiendo?
2-      No nos gusta comer solos, y si lo hacemos, entonces necesitamos tener enfrente la televisión, un libro, el teléfono, la computadora, el periódico, la caja del cereal… cualquier cosa con la que distraernos y no prestar atención de verdad a la comida. Cuando estamos acompañados estamos inmersos en la plática, y no prestamos tanta atención a lo que estamos comiendo.
3-      Pocas veces cocinamos y comemos alimentos de verdad  (el echar el cereal a la leche no es cocinar, ni prepararse un sándwich, ni meter al micro la comida congelada), por lo tanto, en la mayoría de nuestras comidas ni siquiera sabemos los ingredientes exactos de lo que estamos comiendo. Y si leen con detenimiento los ingredientes de ese pan integral “sanísimo” con el que se hacen el sándwich y los de la pechuga de pavo maravillosamente “sana” con que lo rellenan, se podrá dar uno cuenta de que estamos ingiriendo cualquier cantidad de químicos e ingredientes desconocidos.
4-      Damos por hecho que siempre tendremos comida de manera fácil y rápida, y muy poca gente agradece antes de comer y se detiene un poco a pensar en todo el proceso por el que pasaron los insumos para llegar a nuestra mesa (desde la siembra, el cuidado de la cosecha, los transportistas que trabajaron para llevar el insumo cerca de nosotros, etc).
5-      Tenemos el paladar adormecido por el consumo en exceso de sal y azúcar refinada que contienen todos los alimentos industrializados, por lo que si al comer no sentimos un golpe fuerte de dulce ó de salado, la comida no nos sabe… perdimos la capacidad de percibir el sabor característico y natural de cada alimento.  Muy poca atención ponemos a la textura del mismo.

Si comemos con la misma atención y actitud con que los expertos catan el vino, ó el café, ponemos en marcha los procesos naturales del cuerpo de saber exactamente qué alimento y en qué cantidad necesitamos.  Observen a un niño pequeño comer (sin estarlo apurando).  Come con verdadero placer, mantiene el alimento muchísimo tiempo en la boca, y puede tardar media hora en terminar una galleta.  Yo creo que ¡Esa es la manera de comer en que la naturaleza programó al hombre! 

Todos aquellos que comemos compulsivamente sabemos que una de las características principales de los atracones es comer demasiado de prisa, sin importar la calidad del alimento, y mientras menos tengamos que detenernos a prepararlo, mejor.  Si comemos despacio, masticando cada bocado hasta que éste sea completamente líquido en nuestra boca, nos detenemos a analizar el sabor, la textura, el movimiento de la lengua acariciando el alimento, es prácticamente imposible comer de más. Alguna vez conocí a un entrenador de judo japonés, que me contó que los luchadores de sumo deben comer siempre con algo enfrente para distraerse, para que no pongan atención a la comida mientras comen, y así puedan comer mucho más…¡Eso es lo que hacemos todos todo el tiempo!

Yo creo que el éxito que ha tenido el estilo de vida de la macrobiótica para curar tantas enfermedades y bajar de peso a tanta gente se debe a que una de las principales normas es que cada bocado se debe de masticar alrededor de 50 veces… ó 100 si se quieren los resultados espectaculares más rápido (eso lo dice George Oshawa en su libro “El zen macrobiótico”).


Somos parte del reino animal.  Es sorprendente cómo todos los animales en estado salvaje saben perfectamente qué y cuánto comer de manera instintiva, y no creo que el hombre sea la excepción.  Lo que pasa es que vivimos desconectados de nuestra esencia, de nuestro cuerpo, de nuestros instintos.  Cuando dejemos de escuchar a nuestra mente (en relación con la comida) y aprendamos a escuchar a nuestro cuerpo, a prestar total atención cuando estamos comiendo, y disfrutar al máximo cada bocado, entonces seremos capaces de saber instintivamente qué y cuánto hemos de comer.


Si tienes algún comentario respecto al artículo, me encantaría leerlo.  Escríbelo en la parte de abajo.  ¡Gracias!