lunes, 18 de julio de 2016

La comida: mi Maestra

Como he comentado en posts anteriores, tengo un historial bastante largo de desórdenes alimenticios.  Antes pensaba que mi actitud para con la comida era debido a que yo tenía problemas de fuerza de voluntad, que no era lo suficientemente disciplinada, y que no era yo como un ser humano normal.
Leí cantidad de libros sobre nutrición.  En los 90s lo que importaba realmente era la cantidad de calorías que entran a tu cuerpo.  Muy matemático el asunto:  si comes 1000 kcal y consumes 2000, esas 1000 kcal tu cuerpo las toma de tu grasa corporal y así vas adelgazando.  También leí sobre la combinación de los alimentos y del índice glicémico.  Hice dietas muy bajas en calorías, dietas en las que en la mañana comía carbohidratos sin grasas y en la tarde y noche grasas sin carbohidratos. Bajaba y subía de peso, de tal forma que tenía ropa de 2 ó hasta tres tallas distintas: tenía mi guardarropa de flaca, y el de gorda.  Me hice adicta a la coca light y al café endulzado con Splenda (gustos dulces y sin calorías.... súper buen elección ¿no?), y bueno.... seguí estudiando y aprendí que la comida natural es la mejor, fuí crudivegana tipo 80/10/10 por aproximadamente 8 meses (aquí me puse más delgada de lo que hubiera podido soñar) y me certifiqué como health coach en el Institute for Integrative Nutrition de N. York, en donde estudié a muchísimos expertos en dietas, y terminé más confundida que al principio con tantas corrientes tan contradictorias.  Pero aprendí algo clave: mi problema con la comida tiene como raíz algo interno.

Con respecto a la alimentación me sentía como un ratoncito que corre en su rueda: esforzándome al máximo, pero sin llegar nunca a ningún lado:  seguía con mis antojos de comida chatarra.  Los panes y los postres en general son mi perdición.  Y cada vez sintiéndome más culpable porque no conseguía llevar a cabo la alimentación perfecta.  Atracones-dieta-atracones-semidieta-pensar que ya da igual-depresión-atracón-ayuno-etc....

En mi intento por solucionar todo este problema, aprendí que la comida me funciona como un escape, que si vuelco toda mi atención al tema de la alimentación, ya no tengo que mirar a mi interior. Que si me preocupo más de la mitad del día a pensar en comida ya no pienso en nada más.  Estoy tapando un vacío con comida.  Pero ese vacío no es de esos que se tapan con comida, por lo tanto, puedo seguir en este ciclo sin fin por siempre (subiendo-bajando de peso, Dietas-atracones), ó salirme de ahí, y mirar hacia adentro.  Todo esto  me ha dejado una de las lecciones más importantes en mi vida: yo, en algún momento del camino, me perdí a mí misma.  Y voy por la vida haciendo lo que se supone que debo hacer, intentando encajar en algún lado, un poco como autómata, evadiendo el dolor, la tristeza, la ira y todas esas emociones que no nos gustan.  Forzándome a estar bien, a seguir adelante sin hacer pausas.

Gracias a mi afán de solucionar mi relación con la comida empecé a leer libros y artículos de autores excepcionales, como Wayne Dyer, Anita Moorjani, Byron Katie, etc.  También fui a un par de sesiones de Constelaciones Familiares.  Todo ello me ha hecho despertar poco a poco, y darme cuenta que ese vacío sólo lo podré llenar cuando logre conectarme con lo Divino, con mi Ser superior, con la Fuente de toda la creación, que está en todos y cada uno de nosotros.  Para mí no ha sido fácil, pero ahora sé que sólo tengo que dejarme llevar, fluir con la corriente de la Vida, disfrutar del momento presente y agradecer todo el tiempo por las muchas bendiciones que poseo.  No tengo que ser perfecta, ni mejor que los demás (llevo toda mi vida buscando estas dos cosas, y sintiéndome cada vez más vacía); tengo que aceptarme con mis fortalezas y debilidades, aceptar a los demás de igual manera, ver a Dios en todo y en todos.  Aceptar la vida tal y como es, porque ella es así porque una Inteligencia mucho mayor que la mente humana así lo decidió. Sólo entonces podré considerarme libre, y mi manera de comer será como la de los animales en estado salvaje: totalmente intuitiva, y no tendré que dedicarle a la comida más atención que la que requiere.  No me imagino a uno de los grandes genios como Beethoven ó Einstein preocupados constantemente de si comían bien ó mal. Ellos eran uno con Dios, y eso es lo que realmente importa.

Agradezco a la comida, mi Maestra, por ayudarme a este despertar tan profundo, por indicarme el camino.