domingo, 1 de noviembre de 2015

Sobre sentirnos satisfechos

¿Qué es el estado de satisfacción?  Es un estado que creemos conocer, un estado que perseguimos todo el tiempo, y sin embargo, es un estado que cuando lo llegamos a alcanzar resulta demasiado efímero.  El ser humano es un ser constantemente insatisfecho, y eso no es del todo malo ya que eso es lo que en el plano material lleva a la humanidad a progresar: nunca estando satisfechos con lo que se tiene, vamos creando cada vez más cosas, por ejemplo: No estando satisfechos con caminar ó correr el hombre echó mano de los caballos u otros animales para poder llegar más lejos; al no estar satisfecho con eso inventó los vehículos con ruedas para ser tirados por los animales más rápidos, y después no satisfecho con eso, inventó los vehículos motorizados, y no satisfecho con eso inventó los vehículos voladores, y no satisfecho con eso inventó los cohetes para llegar todavía más lejos…  Y así, con todo.  El hombre es el único del reino animal que mientras más tiempo pasa más necesidades tiene.  Y como prueba basta un botón: nuestros abuelos vivían sin problemas sin teléfonos, computadoras, internet, y tanta tecnología de punta  que ahora es más que indispensable.  Los antiguos egipcios, griegos, mayas, aztecas, todos construyeron grandes obras de ingeniería sin la maquinaria que ahora resulta absolutamente indispensable para cualquier construcción, por sencilla que sea.
Entonces, por ese lado, parece que la constante insatisfacción del hombre es algo muy bueno en el plano material, pero… ¿qué pasa en el plano mental, energético, y espiritual?
Alguna vez leí (no recuerdo la fuente ni el autor) que cuando el hombre busca la satisfacción a base de riqueza material, es como si quisiera saciar su sed con agua de mar: mientras más tiene, más quiere y más necesita, y nunca va a saciar su sed, al contrario, mientras más toma más deshidratado queda.  Por lo que nunca puede sentirse satisfecho a base de riqueza material. Nuevamente para muestra basta un botón: Michael Jackson, Elvis Prestley, Y muchísimas personas que alcanzan el éxito, la fama y la riqueza que todos soñamos con conseguir algún día… y sin embargo murieron completamente insatisfechos. 
Y ¿no es estar satisfecho igual a estar feliz ó estar en paz?  ¿no es estar en paz y felices nuestra meta última?  Y si no lo es… ¿entonces para qué tanto esfuerzo por conseguir más y más? Tal vez estamos errando el camino para llegar a esta meta de felicidad y satisfacción plena.
Dice el segundo principio hermético (principio de reciprocidad): “como es arriba es abajo, como es abajo es arriba”.  Aplicando este principio al tema de satisfacción: este estado de insatisfacción a nivel material se ve reflejado en otros aspectos de nuestra vida, como el comer.  Los que tenemos el problema de comer de manera compulsiva precisamente comemos de esa forma porque nunca nos sentimos satisfechos (al menos en mi caso, aunque mi estómago se sienta “lleno” hay algo en mí que me pide más y más, y que quisiera poder comer todo el día si esto fuera  físicamente posible).  Hay personas que reflejan el estado de insatisfacción en su relación con las drogas, el alcohol, el sexo, el trabajo, etc.
Y creemos que seremos felices y estaremos por fin satisfechos cuando logremos aquello por lo que estamos trabajando: estar delgados, estar saludables, llegar a unos Juegos Olímpicos, terminar un maratón, tener una cantidad determinada de dinero en el banco, tener “X” número de propiedades, lograr el puesto anhelado, ó lo que sea.  Y muchas veces llegamos a esa meta, nuestra satisfacción dura unos minutos, horas, tal vez días… y luego se esfuma, otra vez la insatisfacción, otra vez el vacío.  No sé si les pase a ustedes, pero yo  con todo esto como un hámster que corre en su rueda a toda velocidad sin llegar jamás a ningún lado.
Ayer vi una película de Wayne Dyer: “El cambio”, en la que nos explica que todos los maestros espirituales coinciden en que el estado de plenitud y felicidad es algo que se encuentra dentro de nosotros.  Es el estado al que se llega cuando logramos conectar con nuestra esencia, con nuestra fuente, con Dios.  Cuando actuamos desde el corazón, desde este estado de conexión con la fuente, entonces todo lo que hagamos será pleno, estará alineado con nuestro dharma (la misión que la divinidad nos asignó para llevar a cabo en este mundo material), y entonces estaremos felices sólo con el “hacer”, cualquiera que sea nuestra misión, y estaremos desligados del fruto de nuestro esfuerzo, ya que simplemente  hacer lo que estamos destinados a hacer nos llena de satisfacción, y no necesitamos nada más.

Los que somos comedores compulsivos, o tenemos cualquier otra obsesión por la comida, tenemos en ella a nuestra maestra, es el indicador de cómo estamos a niveles más profundos del ser.  Si sentimos la necesidad de comer mucho más de lo que verdaderamente necesita nuestro cuerpo para funcionar correctamente, ó estamos pensando todo el día en comer correctamente, en contar calorías, en seguir estrictamente  un plan aunque nuestro cuerpo nos pida a gritos otra cosa,  todo ello es un reflejo de que vamos por la vida desconectados de nuestro cuerpo, de nuestra mente y, por supuesto, de nuestra alma; de que estamos buscando la satisfacción en lo material, de que vivimos bajo la influencia del ego.  La comida es la que nos indica que es el momento de conectar con nosotros mismos, de reencontrarnos, de buscar a Dios, a la energía universal ó como quieran llamarle.  En cuanto encontremos ese estado de plenitud, todo lo demás vendrá solo, y seremos capaces de escuchar a nuestro cuerpo, que tiene la capacidad de saber exactamente qué, cuánto y cuándo comer; sólo entonces viviremos en felices y en paz.